(por Gregg Braden). En el siglo XI d. de C., el gran yogui tibetano Milarepa emprendió un retiro para dominar su cuerpo, un viaje que duraría hasta su muerte, a la edad de 84 años. Anteriormente en su vida, Milarepa ya había adquirido muchos poderes yóguicos aparentemente milagrosos, como el de usar el «calor psíquico» para calentar su cuerpo en los duros inviernos tibetanos.
Después de sufrir el intolerable dolor de perder a sus familiares y amigos a manos de los rivales de su pueblo, empleó sus artes ocultas para vengarse. Al hacerlo, mató a muchas personas, y después se esforzó por encontrar un significado a sus actos. Un día se dio cuenta de que había utilizado mal sus capacidades psíquicas, de modo que decidió recluirse para encontrar la curación en una maestría aún mayor. En agudo contraste con la vida de abundancia material que había conocido antes, Milarepa pronto descubrió que no necesitaba ningún contacto con el mundo externo. Se convirtió en ermitaño.
Después de agotar sus reservas iniciales de alimento, sobrevivió alimentándose de la escasa vegetación que halló cerca de su cueva. Durante años sólo comió las ortigas que crecen en las áridas extensiones del alto desierto tibetano. Sin comida sustancial, sin ropa y sin ninguna compañía que interrumpiera su concentración interna, Milarepa vivió prácticamente sin nada durante años. El único contacto humano eran los peregrinos ocasionales que pasaban casualmente junto a la cueva que le cobijaba. Los informes de quienes coincidieron con él describían una visión espeluznante.
La escasa ropa con la que había emprendido inicialmente su retiro se había desgastado hasta que sólo quedaron unos jirones que le dejaban prácticamente desnudo. Por la falta de elementos nutritivos en su dieta, Milarepa quedó reducido a poco más que un esqueleto viviente, y su pelo largo y su piel se habían vuelto de un curioso color verde por la sobredosis de clorofila. ¡Parecía un fantasma! Las privaciones que se impuso, aunque extremas, le condujeron a su objetivo: la maestría de los poderes yóguicos. Antes de su muerte en 1135 d. de C., Milarepa dejó pruebas de haber obtenido la libertad del mundo físico en forma de un milagro que los científicos modernos simplemente consideran imposible.
Durante un peregrinaje grupal al Tíbet en la primavera de 1998, elegí una ruta que nos conduciría directamente a la cueva de Milarepa y a su milagro. Quería ver el lugar donde superó las leyes de la física para liberamos de nuestras creencias limitadas.
Diecinueve días después del comienzo de nuestro viaje, me encontré en el retiro del gran yogui, precisamente en el lugar donde él había estado novecientos años antes. Con el rostro a pocos centímetros de la pared de la cueva, contemplé directamente el misterio que Milarepa dejó atrás.
La cueva de Milarepa es uno de esos sitios que tienes que saber cómo encontrar para poder llegar hasta él. No es un lugar con el que das por casualidad en un viaje al azar por el Tíbet. Había oído hablar originalmente del famoso yogui a un místico sikh que fue mi profesor de yoga en los 80. Durante años estudié el misterio que rodeó la renuncia de Milarepa a todas sus posesiones terrenales, su viaje a lo largo de la sagrada meseta del Tíbet central y lo que descubrió siendo un místico dedicado. Todo lo que estudié me condujo a aquel momento dentro de la cueva.
Observé maravillado las paredes negras y lisas que me rodeaban, y apenas podía imaginar lo que supondría vivir en un lugar tan frío, oscuro y remoto durante tantos años. Milarepa había habitado en más de veinte lugares diferentes durante sus retiros en soledad, pero su encuentro en aquella cueva con uno de sus alumnos es lo que diferenció ese lugar de todos los demás.
Para demostrar su maestría en las artes yóguicas, Milarepa realizó dos actos que los escépticos nunca han sido capaces de repetir. El primero fue mover su mano en el aire con tanta fuerza y a tal velocidad que creó la «onda de choque» de un estallido sónico que reverberó contra la roca a lo largo de toda la caverna (yo lo intenté sin suerte). Para contemplar su segundo acto yo había esperado quince años, había viajado por medio mundo y me había aclimatado durante diecinueve días a algunas de las mayores altitudes del mundo.
Para demostrar su maestría sobre los límites del mundo físico, Milarepa puso su mano abierta contra la pared de la cueva aproximadamente a la altura del hombro... y continuó empujando hacia dentro en la roca que tenía frente a sí, como si la pared no existiera. Cuando lo hizo, la piedra debajo de su palma se volvió suave y maleable, dejando grabada en ella una profunda huella de su mano que todo el mundo puede contemplar. Cuando el alumno que vio esta maravilla intentó hacer lo mismo, sólo consiguió frustrarse y hacerse daño en la mano, según quedó registrado en los anales.
Cuando abrí la palma y la puse en la impronta que había dejado Milarepa, pude sentir cómo las puntas de mis dedos tomaban la forma de la mano del yogui, en la posición exacta que sus dedos habían tomado cientos de años antes: un sentimiento que resultaba humillante e inspirador al mismo tiempo. Mi mano encajaba tan perfectamente que cualquier duda que pudiera tener con respecto a la autenticidad de la impronta desapareció en el acto. Mis pensamientos se dirigieron inmediatamente al hombre mismo. Quería saber qué estaba pasando en su interior cuando fundió su mano con la roca. ¿Qué estaba pensando? ¿Qué estaba sintiendo? ¿Cómo desafió las «leyes» físicas que nos dicen que dos «cosas» (su mano y la roca) no pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo?
Anticipándose a mis preguntas, nuestro traductor tibetano, Xjin-la (no es su nombre real), me respondió antes de que pudiera preguntarle.
-Él tiene fe -dijo con convicción-. El geshe [gran maestro] cree que él y la roca no están separados.
Me fascinó que nuestro guía del siglo XX hablara del yogui en tiempo presente, como si estuviera en la habitación con nosotros.
-Su meditación le enseña que él es parte de la roca. La roca no puede contenerle. Para el geshe, esta cueva no es un muro, de modo que él puede moverse libremente, como si la roca no existiera.
-¿Dejó la impronta para demostrar su maestría sobre sí mismo? -pregunté.
-No -respondió Xjin-la-. El geshe no necesita probarse nada a sí mismo. El yogui vivió en este lugar durante muchos años, pero nosotros sólo vemos una huella.
Miré alrededor en busca de otras huellas en la cueva, que no era muy profunda. Nuestro guía tenía razón, no vi ninguna.
La mano en la roca no es para el geshe -continuó nuestro guía- es para su alumno.
Tenía mucho sentido. Cuando el discípulo de Milarepa vio a su maestro hacer algo que la tradición y otros maestros creían que era imposible, le ayudó a romper sus creencias con respecto a lo que es posible. Él vio el dominio de su maestro con sus propios ojos. Y como fue testigo del milagro personalmente, aquella experiencia le dijo a su mente que no estaba limitado o ligado por las «leyes» de la realidad tal como se conocían en su tiempo.
Siendo testigo de aquel milagro, el alumno de Milarepa tuvo que confrontar el mismo dilema que todo el mundo afronta cuando elige liberarse de los límites de sus propias creencias: tuvo que reconciliar su experiencia personal del milagro de su maestro con las creencias de los que le rodeaban: las «leyes» que ellos aceptaban para describir cómo funciona el universo.
El dilema es éste: la visión del mundo que tenían los familiares, los amigos y las personas de aquel tiempo pedían al alumno de Milarepa que aceptara un modo de ver el universo y cómo funcionan las cosas. Esto incluía la creencia de que las rocas de las paredes de la cueva son una barrera para la carne de un cuerpo humano. Por otra parte, el alumno acababa de ser testigo de que hay excepciones a tales «leyes». La paradoja es que ambas maneras de ver el mundo eran absolutamente correctas, y dependían de lo que cada cual eligiera pensar sobre la realidad en un momento dado.
Yo me pregunté: «¿Podrá estar sucediendo lo mismo en nuestras vidas ahora mismo?». Por muy inverosímil que pueda parecemos esta pregunta a la luz de nuestro conocimiento científico y de nuestros avances tecnológicos, los científicos modernos están empezando a describir una paradoja similar. Empleando el lenguaje de la física cuántica en lugar de los milagros de los yoguis, un creciente número de científicos de vanguardia sugieren que el universo y todo lo que contiene «es» lo que «es» por la fuerza de la conciencia misma: nuestras creencias y lo que aceptamos como la realidad de nuestro mundo. Curiosamente, cuanto más entendemos la relación entre nuestras experiencias internas y el mundo, más verosímil se vuelve esta sugerencia.
Si bien la historia de la cueva de Milarepa es un ejemplo contundente del viaje de un hombre para descubrir su relación con el mundo, no necesitamos recluirnos en una cueva y comer ortigas hasta ponernos verdes para descubrir la misma verdad por nosotros mismos. Los descubrimientos científicos de los últimos ciento cincuenta años ya nos han demostrado que existe una relación entre la conciencia, la realidad y la creencia.
¿Estamos dispuestos a aceptar la relación que se nos ha mostrado y la responsabilidad que acompaña a ese poder para poder aplicarlo en nuestras vidas de manera significativa? Sólo el futuro nos permitirá saber cómo hemos respondido a esta pregunta.
Fuente:
Libro “La Curación Espontánea de las Creencias”, por Gregg Braden, Editorial Sirio
Edición: www.caminosalser.com
- Maristela
09-01-2011 02:50hs
<<Después de sufrir el intolerable dolor de perder a sus familiares y amigos a manos de los rivales de su pueblo, empleó sus artes ocultas para vengarse. Al hacerlo, mató a muchas personas, y después se esforzó por encontrar un significado a sus actos. Un día se dio cuenta de que había utilizado mal sus capacidades psíquicas, de modo que decidió recluirse para encontrar la curación en una maestría aún mayor. En agudo contraste con la vida de abundancia material que había conocido antes, Milarepa pronto descubrió que no necesitaba ningún contacto con el mundo externo. Se convirtió en ermitaño.>>
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¿Se puede inducir, del relato, que tanta violencia en nuestras ciudades se deba a motivos similares? Sentimientos e instintos de venganza, frente a situaciones dolorosas, sin resolver? Es curioso, que tanto la práctica de la meditación como la reconciliación con el propio Ser Íntimo, conducen hacia una misma finalidad: el sendero de regreso al amor... desde el miedo, o la indiferencia.
Y conllevan, tanto el perdón como la meditación, a la aceptación de situaciones que antes se consideraban inconfesables. O se negaban a ser iluminadas desde la verdad, -como mecanismos de autodefensa, producidos por los mismos temores-.
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La verdad es que bien se podría precindir de toda creencia, o al menos vivir con la apertura suficiente, como para colocarnos bajo la perspectiva de cualquier creencia.
Así nos resulta factible, "ver y comprender" la realidad, desde el mismo ángulo que otra persona, o bajo la perspectiva de un grupo humano, distinto al nuestro.
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Algunos sacerdotes jesuitas, enviados como misioneros a la la India, se encontraron con una realidad espiritual distinta: más amplia y a la vez complementaria con la de occidente. Desde su regreso a América, Anthony de Mello, dio un giro distinto a la comprensión que se tenía hasta entonces de la Biblia, y las creencias católicas.
Surgió de allí la "autoliberación interior" que supuso una visión distinta del cristianismo.
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La única libertad posible, es alcanzable desde el desarrollo de una libertad espiritual, pues la vuelve sostenible desde un compromiso responsable. Bajo la capacidad de discernimiento. -sostiene Osho, en sus libros Libertad, Intuición e Inteligencia.
Y esta misma consciencia espiritual, -del Ser interior-, es acaso la única que nos asegura la supervivencia de la raza y de la vida.
El retorno al estado amoroso del Ser, depende de la búsqueda sincera y sostenida, hacia el reencuentro con nuestra esencia divina. -Una Imagen y Semejanza, desde una 'perfección o plenitud completa', donde ni sobra ni falta nada.-
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Cuestionarlo casi todo, es una costumbre que se 'me pegó' de leer a Anthony de Mello, hace tiempo ya. Resulta tal vez algo molesta para los que me rodean, pero es un excelente atajo, hacia dominios más amplios de la libertad individual y colectiva.
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Erich Fromm, en cambio, afirma la casi imposibilidad del individuo para liberarse a sí mismo, de las cadenas sociales, por el temor que implica la soledad resultante. -Es sicoanalista e historiador, y este escritor prescinde de la capacidad espiritual del ser humano...-
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Hoy se llega a dudar, de que las personas seamos realmente seres "netamente sociables", cuando la necesidad de espacios propios, íntimos y de soledad libremente elegida, parecen ser una necesidad saludable. -Jaime Barylko-.
Gracias por el relato, -deja una sensación de sosiego y paz-.
Y el libro de por sí misterioso, y de vanguardia.-
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