
El silencio puede ser un recordatorio de lo más sagrado en nosotras
Si permanecemos en contacto con nosotras mismas nos vamos dando cuenta de cuáles son las cosas que necesitamos para estar bien. Qué, del amplio abanico de posibilidades que tenemos a cada paso, nos resulta sanador, terapéutico. Permanecer en esa escucha es una necesidad vital, porque es el punto de partida para disolver cualquier confusión.
A veces cuesta, sumergidas como estamos en las vorágines cotidianas, encontrarnos con el silencio y la pausa que facilitan esa escucha.
El silencio, ¡qué gran aliado! Todas las mujeres tendríamos que poder procurarnos un espacio-tiempo para el silencio. Un poquito de silencio, un retiro ínfimo, unos segundos de quietud que nos permitan escuchar más allá de los sonidos rutinarios, habituales. O escuchar precisamente esos sonidos rutinarios y habituales y resignificarlos.
Lo maravilloso es que el silencio está al alcance de nuestra mano, es un recurso renovable y económico, que solo requiere de nuestra intención para volverse real y tangible.
Me imagino diciéndoles a nuestros pequeños hijos, o a nuestros hijos adolescentes: Mami sale un ratito a escuchar el silencio y ya vuelve. Instalar para ellos, desde nuestra propia práctica, el silencio como necesidad vital… Imaginemos qué dimensiones se abrirían también en la crianza si el silencio se transformara en un recurso compartido, en una propuesta que pudiera surgir también de los niños y niñas, que ellos pudieran darse cuenta de cuándo lo están necesitando y pedirlo, procurárselo con nuestra compañía.
El silencio es posible aun en la ciudad, en el trabajo, en el colectivo, en la calle o en casa. Podemos dedicarnos a acecharlo, a cazar silencios estemos en el contexto en el que estemos. Cuanto más difícil, más placentero puede resultarnos cuando lo conseguimos. Y, al hallarlo, veremos que el silencio siempre está habitado: un reloj, el zumbido de un aparato eléctrico, ruidos lejanos que se entrecruzan. Y que nos habla.
A veces, sin embargo, es necesario retirarnos de verdad. Hacernos el regalo de un paréntesis. Salir a buscar, lejos de casa, eso que anhelamos y que luego, seguramente, traeremos con nosotras al volver como un recordatorio. Porque el silencio puede ser un recordatorio de lo más sagrado de nosotras, de lo salvaje. De nuestra potencialidad, de lo simple, de lo sensible, de lo que nos une a la naturaleza. De eso que está tan pero tan cerca que a veces se nos escapa.
Autora: Gabriela Alberoni - Mujeres a la montaña

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