Las relaciones entre las personas son un aspecto fundamental en la vida humana. Constituyen aquellas experiencias que traspasan más allá de la psiquis para integrarse a la danza de la totalidad del Universo.
Las relaciones humanas tienen muchas funciones. Podríamos referirnos a ellas como modos de paliar la soledad, reproducirse, experimentar el amor y la amistad, pero en realidad lo más importante es que por mediación de nuestras relaciones, aunque se vean como pasajeras o insignificantes, nuestra conciencia va a desarrollarse y afianzaremos en este interactuar la comprensión de nosotros mismos.
Todo aquello que conocemos de nosotros es una pequeña punta del iceberg de lo que somos como totalidad. Es un brote germinado de nuestro inconsciente.
El modo de expresión principal de nuestro inconsciente es el símbolo,
intermediario entre dos realidades, una conocida y otra desconocida y por lo tanto es el vehículo en la búsqueda del Ser, a través del Conocimiento. De allí que los distintos símbolos sagrados de las diferentes tradiciones se entretejan y se vinculen entre sí constituyendo una Vía Simbólica para la realización interior, a saber: para el Conocimiento, o sea el Ser, dada la identidad entre lo que el hombre es y lo que conoce.
Los arquetipos no tienen forma, sino que se nos comunican por la vía de múltiples símbolos y tanto la naturaleza como la humanidad misma funcionan de acuerdo a pautas arquetípicas.
El Sol y la Luna responden a arquetipos de lo masculino y lo femenino respectivamente, simbolizando la polaridad dentro de cada individuo y la tensión implícita en dicha polaridad.
La Luna va a pautar nuestras respuestas emocionales desde niños, coloreada por la vivencia que tengamos de nuestra madre, y representa nuestro inconsciente. El Sol nos va a proveer de la identidad, y representa la conciencia.
Son dos mitades dentro de la misma unidad. La integración armoniosa de ambos símbolos es lo que describían los “alquimistas” como coniunctio o matrimonio sagrado o el conocido por todos “felices por siempre” de los cuentos de hadas.
Otra pareja simbólica y arquetípica es la que componen Venus y Marte (amantes tanto en la mitología griega como romana). Pero aquí la necesidad de integrarse y armonizar de Venus resuena con la necesidad de conquista de Marte.
Marte desea y Venus necesita ser deseada. Marte nos da el impulso para imponernos y afirmarnos frente al otro y Venus nos ayuda a encontrar que tenemos en común con los demás.
Si la Luna es la madre, Venus la amante, ambas caras de la mujer y si el Sol es el padre y Marte el conquistador, dos rostros del hombre. Cada uno llevamos en nuestro patrón energético esas cuatro caras y elegimos identificarnos con una parte de ellas. Esto es a lo que se refería el Maestro Jung con sus conceptos de Anima (en el hombre) y Animus (en la mujer) como arquetipos que representa a todo aquello que el hombre y la mujer ha vivido y ha sido impreso en el inconsciente respecto del sexo opuesto en hombres y mujeres durante siglos.
Constituyen el femenino del hombre y el masculino de la mujer luchando para hacerse ver desde el inconsciente y colaborando o dificultando las relaciones con el sexo opuesto.
Y es habitual ver en las cartas natales comparadas de parejas en los que el Sol, la Luna, Venus y Marte de ambos seres están entrelazados en una danza cósmica ayudando a cada individuo a completarse.
Autora: Valeria Correia Nobre
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